¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

 


Circula por las redes el hilo en el que una profesora advierte que, en su centro, el apoyo LGTBI+ está retrocediendo

Nada hay en dicha afirmación que me sorprenda. Llevo en educación desde los tiempos en que Esperanza Aguirre era la ministra y, a pesar de ser un hombre cis hetero del montón, he visto cambiar el ambiente. Y lo que veo ahora no me gusta.

Comencé a trabajar en la enseñanza allá por 1996. En aquella época ya se hablaba de feminismo en los centros de enseñanza (en algunas sesiones de tutoría y poco más: el concepto de coeducación quedaba lejos de las aulas todavía) pero poco o nada sobre diversidad afectivo sexual (si acaso se mencionaba a los homosexuales como grupo de riesgo en la transmisión del VIH). Puede que ahora suene un poco raro, pero la homosexualidad había dejado de ser considerada oficialmente como enfermedad por la OMS solo seis años antes, en 1990, y la sociedad (sistema educativo incluído) todavía estaba asimilando este cambio. Las muertes de Rock Hudson (1985) y Freddie Mercury (1991) por SIDA habían hecho tambalearse la forma en que la sociedad percibía a los homosexuales, pero todavía quedaba mucho por hacer.

Peor era la situación de las personas trans. La OMS no dejó de considerarlas enfermas mentales hasta 2018, hace solo tres años. A finales de los noventa el propio concepto trans ni siquiera se consideraba en las aulas, así que la primera vez que me encontré con un alumno trans en el aula creí que me estaba tomando el pelo. El hecho es que muchas (la mayoría, probablemente) de las personas trans que actualmente se sientan en las mesas de nuestras aulas eran consideradas oficialmente, hasta hace pocos años, enfermos mentales. Y aún hoy aparecen en las bases de datos de la administración educativa con el género que les fue asignado de nacimiento (lo que ocasiona no pocas confusiones).

Poco a poco (o quizá de repente, no estoy seguro) la legislación educativa fue adaptándose a los nuevos tiempos, y algunos docentes nos hicimos conscientes de que no podíamos seguir dejando la temática LGTBI en el fondo de un cajón: la sociedad estaba comenzando a cambiar, nuestro alumnado hacía preguntas y nos demandaba respuestas.

Fue entonces cuando comenzamos a hablar de estos temas en las aulas. Hasta hacía poco había sido un tema tabú, pero ahora había una legislación que amparaba a quien se atrevía a abrir el melón. Pasaron algunos años antes de que los sectores más reaccionarios de la sociedad se diesen cuenta de lo que estaba pasando e intentasen ponerle freno. Y cuesta creerlo, pero los ataques no solamente vienen desde la extrema derecha: incluso desde ciertos sectores del feminismo (?) y la izquierda (?) se lucha contra la aceptación de la diversidad, escudándose tras la presunta superioridad académica (argumentum ad verecundiam) de "feministas de referencia" que lucharon contra el franquismo o escribieron libros sobre la historia del feminismo (y que, ahora, se oponen a los Principios de Yogyakarta , porque al parecer hay algunos referentes más referentes que otros referentes), una limitada interpretación del concepto de coeducación y un desfasado concepto de género.

Entre los y las docentes hay algunos elementos que siguen anclados en los años noventa, y se niegan a aceptar que la sociedad ha cambiado. Incluso han creado sus grupos de "coeducación" y tienen presencia en foros educativos presenciales y on line. Han tardado en reaccionar, pero lo han hecho. Y ocupan puestos clave en las administraciones educativas. Avisados estamos.

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