Ontologías binarias y no binarias

Imagen: Paulschou at en.wikipedia (CC BY-SA 3.0) 
¿Cuántos colores existen? Una respuesta rápida y sencilla es que son siete: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, añil y violeta, o eso nos han dicho desde pequeños tomando como referencia el arco iris. La cosa comienza a complicarse cuando nos preguntan por el blanco, el negro, el gris, el marrón. Para remate yo tengo una camiseta que tiene un color indefinido, entre marrón y verde, otra entre amarillo y verde, otra entre azul y verde...

Los límites entre un color y otro no están muy claros y, por eso, hay quien prefiere describir los colores como puntos de un espectro continuo. Eso no quita para que haya acuerdos más o menos generalizados en nombrar de tal o cual forma a determinados colores. La mayoría de las personas que conozco, por ejemplo, afirmarían que las amapolas son rojas aunque no sean capaces de dar una definición precisa del límite entre el rojo y el anaranjado.

En lo relativo a sexo y género ocurre algo parecido ¿Cuántos existen? Las ontologías tradicionales, binarias, afirman que dos y solamente dos: masculino (hombre) y femenino (mujer). Pero (siempre hay un pero) una ontología no es más que un modelo, una descripción más o menos simplificada de la realidad, y no la realidad en sí.

¿Entonces las ontologías binarias están equivocadas? Sí y no. Vayamos por partes. Es cierto que la mayoría de las personas que yo conozco solo necesitan una ontología binaria para describirse a sí mismas, ya sea como hombres o como mujeres, y la mayor parte de los diseñadores de ropa, zapatos y complementos trabajan (nos guste o no) basándose en dos categorías de potenciales clientes: hombres y mujeres. Hasta ahí se puede decir que las ontologías binarias funcionan perfectamente. En mi caso, por ejemplo, no tengo ningún problema en describirme como varón cis hetero (y supongo que la mayor parte de quienes me conocen me socializan así).

Pero ningún modelo es perfecto, y las ontologías binarias tampoco lo son. En contra de lo que cree la mayoría de la gente aparte de las configuraciones cromosómicas XX (generalmente mujeres) y XY (generalmente hombres) existen otras posibilidades como X0 (síndrome de Turner), XXY (síndrome de Klinefelter), XYY, XXX y otros. Cuestión aparte es la existencia de personas intersexuales (una persona XY con síndrome de Morris, por ejemplo, puede parecerse externamente más a una persona XX que a la mayoría de las personas XY).

En otro nivel distinto al meramente biológico está la percepción que cada persona tiene de sí misma como hombre o mujer y que, en algunos casos, no coincide con la identidad que le había sido asignada por la sociedad (padres, personal sanitario) en el momento de su nacimiento: hablamos de personas trans que, en función de la mayor o menor aceptación de su propio cuerpo pueden decidir o no hormonarse y/u operarse. A este nivel ya hay personas que no se identifican claramente con .uno u otro género, permaneciendo en una especie de limbo.

A nivel social toda esta casuística es una inagotable fuente en conflictos porque a muchas personas no se les reconoce su propia identidad, sobre todo en el caso de las personas intersexuales y trans. Aquí los modelos binarios fracasan estrepitosamente, pero las ontologías no binarias (queer, cyborg) no.

Es por esto que transactivistas y transfeministas suelen organizar sus discursos tomando como paradigma ontologías no binarias. Pero el discurso de las feministas radicales (radfem) suele tomar como base ontologías binarias.

Y, a veces, ambos discursos chocan. Las radfem consideran que el sexo es biológico pero que el género es un constructo social, algo impuesto desde fuera a cada persona (y no, por lo tanto, algo en lo que la propia percepción de la persona sea determiante). Dado que la sociedad ha establecido dos y solo dos géneros (hombre y mujer, masculino y femenino) el género es, para las radfem, binario. En su versión más extrema, la de las trans-exclusionary radical feminist o TERF, se ha llegado a afirma que una mujer trans no es una mujer sino un hombre disfrazado (sobre todo si se trata de mujeres trans sin operar). La discusión puede llegar a ser especialmente virulenta si hablamos del reconocimiento de la identidad de género de menores de edad. De la ontología de la Iglesia Católica, adoptada en sus líneas generales por grupos ultraconservadores, mejor hablamos otro día.

Las radfem conciben el género como una forma de opresión que se impone a las personas desde fuera, y se han marcado como objetivo su eliminación. Las personas trans, en cambio, reivindican su género como una característica personal nacida desde dentro (independientemente de sus características biológicas), no como una imposición que la sociedad establezca desde fuera. Ambas visiones son incompatibles, y el conflicto entre uno y otro modelo está servido.

¿Tiene solución este debate entre ontologías binarias y no binarias? Ambos bandos acumulan argumentos de todo tipo en defensa de sus respectivas posiciones, pero tratándose de modelos lo más probable es que ocurra lo que decía Max Planck: una nueva verdad científica no triunfa porque haya convencido a sus oponentes y le haya hecho ver la luz, sino más bien porque sus oponentes mueren finalmente, y una nueva generación crece más familiarizada con ella.

Las ontologías queer y cyborg datan, creo, de los años ochenta y ya tienen bastantes partidarios y partidarias. El auge de los movimientos LGTBQI+ y la cuarta ola feminista podrían institucionalizar definitivamente las ontologías no binarias, aunque llevará su tiempo.

Por cierto, por si todavía lo andan pensando: sí, yo soy partidario de la ontología cyborg, y mi referente favorito es Donna Haraway.

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