Educando para cruzar el Jordán

 

Acaban de pasarme una cita de Charles Péguy en la que se afirma que el deber del maestro es proteger su papel de emisario de la cultura ante las nuevas generaciones. Confieso que al inicio de mi carrera docente yo me veía así, como una especie de portador de un conocimiento que debe ser transmitido a las generaciones futuras.

Pero eso era antes, no ahora. Intentaré explicarme.

Ciertamente, la cultura (incluyendo todo tipo de conocimiento científico, artístico, literario, antropológico o lo que cada cual estime importante) es un tesoro a conservar y, dado que no existe todavía una inteligencia artificial en la que volcar todo ese conocimiento, la única vía posible es transmitirlo a otra generación de seres humanos y confiar en que esta nueva generación haga lo mismo, y así indefinidamente. Estaríamos hablando de una larga sucesión de maestros formados por maestros que se transmiten unos a otros el preciado tesoro.

¿Pero qué sentido tendría esto? El conocimiento, la cultura, no tiene valor por sí misma: tiene valor en cuanto mejora la calidad de vida de las personas. No es un bien a transmitir de maestro a maestro, sino un bien con el que mejorar la vida de la gente, de toda la gente. Es por eso por lo que yo no me dedico a transmitir la cultura de nuestros antepasados a las nuevas generaciones, sino a dar a las nuevas generaciones una base sobre la que construir su vida, su existencia, y que les permita ir incluso más allá de donde yo he ido.

Dicebat Bernardus Carnotensis nos esse quasi nanos, gigantium humeris incidentes, ut possimus plura eis et remotiora videre, non utique proprii visus acumine, aut eminentia corporis, sed quia in altum subvenimur et extollimur magnitudine gigantea. Decía Bernardo de Chartres que somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no por la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura. Ya en el siglo XII Bernardo de Chartres afirmaba que la cultura es una obra que cada generación construye sobre las obras de sus predecesores de forma que, poco o mucho, cada nueva generación ve más lejos. 

Como docente mi objetivo no es pasar el tesoro del conocimiento a otros maestros como si de una carrera de relevos se tratase, ni que cada nueva generación vea lo que yo veo, sino que se suba a mis hombros y puede ver aún más lejos que yo.

Hay quien dice que, tras cuarenta años de vagar por el desierto, Moisés y los hebreos no pudieron cruzar el Jordán porque no estaban preparados para ello. Eran una generación de esclavos que, a pesar de haber escapado de Egipto, estaban limitados por su propia forma de pensar. Fueron las siguientes generaciones las que, libres de sus ideas preconcebidas, fueron capaces de ir más allá de donde habían llegado sus padres. 

Todos, en algún momento, llegamos a la orilla de un Jordán y nos enfrentamos o no al desafío de cruzarlo. Algunos lo cruzan, otros no. Nuestro trabajo como docentes no es enseñar a las nuevas generaciones a vivir en esta orilla del Jordán a la que nos trajeron nuestros ancestros: es preparar a las nuevas generaciones para cruzar el río, con o sin nosotros.

Estoy en la orilla viendo como los niños cruzan nadando al otro lado como si fuese lo más natural del mundo. La otra orilla es suya y me cuesta seguirlos. No sé si podré cruzar, pero haré lo posible para que pueda pasar al otro lado tanta gente como sea posible. Del siguiente río (que lo habrá, seguro) ya tendrá que encargarse otra persona, quizá alguien que yo haya formado.

Quizá sea eso, quizá el deber del maestro sea construir barcos para que otros puedan cruzar el río.