Aprovechando para culpabilizar a quien se odia

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En 1982 yo estaba terminando la EGB en mi pueblo, Zafra, una población de la provincia de Badajoz. Por entonces no había Internet, y apenas había un par de canales de televisión. Las noticias, en aquellos tiempos, se propagaban despacio.

El caso es que por aquel entonces comenzaron a llegar rumores de una nueva enfermedad que, decían, afectaba a los homosexuales. Lo llamaban SIDA,y todavía recuerdo algún que otro chiste homófobo de aquella época. Muchos asumieron que, claro, era normal que te pasasen esas cosas si ibas contra natura y te entregabas a los vicios. A los homosexuales, en su estigma, no tardaron mucho en añadirse las prostitutas, los heroinómanos y, finalmente, los heterosexuales promíscuos. El SIDA era una enfermedad de viciosos, no de personas normales.

Luego supimos que muchas personas normales se habían contagiado recibiendo transfusiones de sangre normales, o manteniendo relaciones sexuales normales o haciendo otras cosas normales. Pero el daño ya estaba hecho y el estigma social estaba sembrado. Esos fueron los tiempos oscuros que dieron a luz a la cultura queer.

Cuatro décadas más tarde aquí estamos, en la era del COVID-19, escuchando cómo se vuelven a buscar culpables a los que achacar una peste. Porque, según los rumores, igual que hace cuarenta años el SIDA fue extendido por homosexuales, prostitutas, drogadictos y heterosexuales promiscuos ahora, cuarenta años más tarde, el COVID-19 ha sido creado por los chinos (a saber por qué ni cómo, que eso no viene a cuento preguntarlo) y extendido por las feministas durante el 8 M (por los asistentes a mítines políticos de cualquier signo, partidos de fútbol, bares y restaurantes no, porque esas eran personas normales haciendo cosas normales). Ya hay, incluso, quien vuelve a meter a las prostitutas en el cocido (se ha llegado a decir que el coronavirus es un aliado abolicionista, y se están denunciando iniciativas por las que las prostitutas intentan organizarse para sobrellevar como puedan el aislamiento). Del fuego cruzado entre las distintas tendencias políticas mejor ni hablamos.

En el siglo XIV se acusó a los judíos de la propagación de la peste negra, y fueron expulsados de España en el siglo XV. Los inquisidores, sin embargo, nunca se fueron, y volverían a quemar herejes, brujas e invertidos en plazas públicas si se lo permitiésemos. Pero no se lo vamos a permitir ¿Verdad?

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