La mujer que fotografió un agujero negro

El 10 de abril de 2019 pasará a la historia como el día en el que la Humanidad vio, por primera vez, la fotografía de un agujero negro. El Massachusetts Institute of Technology anunció el éxito publicando la fotografía del agujero negro junto a la de una sonriente joven llamada Katie Bouman.

Casi inmediatamente Internet se llenó de mensajes que intentaban desacreditar a Katie haciendo ver que se estaba atribuyendo el mérito del astrofísico Andrew Chael, autor (presuntamente) de 850 000  de las 950 000 líneas de código del software utilizado para conseguir la fotografía.

El propio Andrew Chael tuvo que intervenir para desmontar el bulo, protestando por los ataques sexistas hacia su colega y amiga Katie Bouman,

aclarando que el software en cuestión apenas tenía  68 000 líneas de código, de las cuales no podía precisar cuantas eran totalmente suyas.



Pero la cuestión es, si Andrew Chael escribió esas 68 000 líneas de código ¿Cuál ha sido el papel de Katie Bouman en todo este asunto? ¿Por qué una institución de prestigio mundial como el MIT ha puesto el foco en ella?

Todo comenzó, según el tuit arriba mencionado del MIT, hace tres años. Por aquel entonces Katie Bouman era una estudiante de grado que se enfrascó en un proyecto aparentemente imposible: fotografiar un agujero negro. Hay una TED talk de hace unos años en la que la propia Katie intenta explicar su idea de forma sencilla:


El mérito de Katie está en haber ideado un algoritmo (un procedimiento) para conseguir la imagen de un agujero negro a partir de una multitud de imágenes distintas, y haber organizado y coordinado equipos de ingenieros y científicos por todo el mundo para desarrollar el software necesario, tomar las imágenes y procesarlas. Es por esto que el MIT considera a la doctora Bouman como la principal artífice de este logro, sin dejar de tener en cuenta a todos los hombres y mujeres que participaron en el proyecto.

En realidad hoy en día es muy difícil, por no decir imposible, realizar un aporte significativo a la ciencia en solitario. Pero si el logro es atribuido a un hombre de cincuenta años nadie piensa en su equipo, mientras que si el éxito se atribuye a una joven de menos de treinta años saltan todas las alarmas.

Y, quizá, si las redes se hubiesen empeñado en atribuir el mérito del proyecto a otro hombre éste habría guardado silencio y hubiese dejado crecer la idea de ser un hombre heterosexual atacado por el lobby feminista.

Pero Andrew Chael, que se describe a sí mismo como un astrónomo gay aficionado a las novelas de Ursula K. Le Guin, la arquitectura y los musicales difícilmente entra en el perfil que los trolls han intentado asignarle.



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