La muchacha que quería volar

-Lo siento, señorita Byron, pero nos hemos quedado sin earl grey.

El viejo Charles llevaba años al servicio de la señora Byron y de su hija Ada. Se encargaba un poco de todo: igual limpiaba la plata que preparaba un exquisito earl grey, un te aromatizado con bergamota que se estaba haciendo popular entre la clase alta británica.

-¿Y no podemos ir a por más? Aunque tengamos que cruzar el canal hasta Calais...
-Me temo que tendríamos que ir volando hasta la India o hasta la China, señorita -dijo el viejo Charles con su eterna sonrisa- o no volveríamos a tiempo para la cena y su madre se pondría muy furiosa.

-Mary...
-¿Si, Ada?
-¿Por qué no puedo volar?
-...

Algunas veces Mary no sabía si la joven Ada hablaba en serio, había perdido definitivamente la cabeza o solamente trataba de tomarle el pelo. Estaba acostumbrada a satisfacer la curiosidad científica de la hija de su amiga Annabella pero, algunas veces, le costaba saber de qué estaba hablando la joven.

-¿Por qué no puedo volar? Anda, dime...
-Quizá porque no eres una paloma, una golondrina ni un gorrión... no sé. Eres un ángel, cariño, pero me temo que Dios no te ha dado alas.
-¿Y sí construyo unas alas?
-¿Como las de Dédalo e Ícaro? Si lo consigues recuerda no acercarte demasiado al Sol, no sea que se funda la cera y caigas al suelo. Tu madre lo lamentaría mucho.

Ahora era Ada la que pensaba que Mary se estaba burlando de ella.

-¡Hablo en serio, Mary! ¿Por qué no puedo construir unas alas para volar con ellas?

Mary Somerville recordó entonces que Annabella, en cierta ocasión, le había contado que Ada se obsesionó siendo niña con el vuelo de las aves, y que estuvo meses intentando diseñar una máquina voladora.

-Somos mujeres, Ada. Dios no solo no nos ha otorgado las alas de los ángeles, sino que tampoco nos ha dado el don del genio que otorgó a los hombres. Somos seres terrenales, atados al suelo, nuestro destino...
-Pero vamos a ver, Mary ¡Si Dios no le otorgó al hombre ni siquiera el don del conocimiento! Te recuerdo que fue nuestra madre Eva la primera que comió el fruto del Árbol de la Ciencia y que, luego, lo compartió con Adan ¿A qué viene eso de que Dios otorgó el don del genio a los hombres?

Mary estaba empezando a asustarse. La joven Ada estaba poniendo en cuestión no solo el orden social establecido sino, también, los pilares de la religión cristiana.

Ada no pudo más y estalló en carcajadas.

-¡Augusta Ada Byron!¿Pretendes burlarte de mí?¡Más te vale tomarte la vida en serio o no llegarás a ninguna parte!

Ada, entre risas, ya no la escuchaba. Había dejado sola a la iracunda Mary Somerville en el jardín.

-Demonio de cría... -dijo Mary- el don del genio para sacarme de quicio lo tiene, desde luego...


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